El otro día mientras impartía un seminario sobre liderazgo y después de realizar varias dinámicas, presentaciones y demás puestas en escena para conseguir atraer la atención de los participantes, caí en la cuenta de algo que me pareció imprescindible para ser un buen líder.
Para ser un buen líder hay que ser consecuente. Ésta fue mi conclusión.
No ser consecuente implica decir una cosa y hacer otra. Ser consecuente implica ser transparente, ser honesto, ser sincero y sobre todo ser responsable de los actos de uno. ¿Y por qué ser consecuente ejerce ese poder sobre los otros? Porque se consigue influir en los otros de una manera involuntaria. No se necesita de grandes dotes comunicativas, ni de un carisma increíble, ni de un esfuerzo extenuante para influir en el equipo de trabajo.
Esto funciona así. Todos los que trabajamos en equipos creamos ciertas defensas para sentirnos protegidos ante los posibles peligros, andamos alerta; especialmente en el mundo de la empresa. Pero ¿qué ocurre cuando nos encontramos con alguien que juzgamos como una persona consecuente? Probablemente sabemos a qué atenernos, nos podemos fiar por lo que nuestras barreras empiezan a difuminarse y nos dejamos llevar.
Es una manera fácil y eficaz de ser un buen líder. Simplemente hay que conseguir la confianza de tu gente. Y una de las claves para conseguir esa confianza está en asumir la responsabilidad de nuestros actos. Según Dan Rather, Jonh F. Kennedy se convirtió en un verdadero líder el día que asumió toda la responsabilidad y reconoció el desastre cometido en Bahía de Cochinos, el día que EEUU intento invadir Cuba.
Creo que el camino más adecuado para llegar a esta coherencia es la autoevaluación, libre de juicios y posibles trampas inconscientes que nos ponemos a nosotros mismos para “no ver la paja en el ojo propio”. Solo aumentando nuestras capacidades perceptivas y entrenando la habilidad para vernos con “otros ojos” podemos llegar a juzgar objetivamente nuestros comportamientos, reconocer la responsabilidad de nuestros actos y reconducir nuestras intervenciones hacía un camino más adecuado.
Para ser un buen líder hay que ser consecuente. Ésta fue mi conclusión.
No ser consecuente implica decir una cosa y hacer otra. Ser consecuente implica ser transparente, ser honesto, ser sincero y sobre todo ser responsable de los actos de uno. ¿Y por qué ser consecuente ejerce ese poder sobre los otros? Porque se consigue influir en los otros de una manera involuntaria. No se necesita de grandes dotes comunicativas, ni de un carisma increíble, ni de un esfuerzo extenuante para influir en el equipo de trabajo.
Esto funciona así. Todos los que trabajamos en equipos creamos ciertas defensas para sentirnos protegidos ante los posibles peligros, andamos alerta; especialmente en el mundo de la empresa. Pero ¿qué ocurre cuando nos encontramos con alguien que juzgamos como una persona consecuente? Probablemente sabemos a qué atenernos, nos podemos fiar por lo que nuestras barreras empiezan a difuminarse y nos dejamos llevar.
Es una manera fácil y eficaz de ser un buen líder. Simplemente hay que conseguir la confianza de tu gente. Y una de las claves para conseguir esa confianza está en asumir la responsabilidad de nuestros actos. Según Dan Rather, Jonh F. Kennedy se convirtió en un verdadero líder el día que asumió toda la responsabilidad y reconoció el desastre cometido en Bahía de Cochinos, el día que EEUU intento invadir Cuba.
Creo que el camino más adecuado para llegar a esta coherencia es la autoevaluación, libre de juicios y posibles trampas inconscientes que nos ponemos a nosotros mismos para “no ver la paja en el ojo propio”. Solo aumentando nuestras capacidades perceptivas y entrenando la habilidad para vernos con “otros ojos” podemos llegar a juzgar objetivamente nuestros comportamientos, reconocer la responsabilidad de nuestros actos y reconducir nuestras intervenciones hacía un camino más adecuado.
Foto: Chema Madoz